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Una tarde de sábado en invierno, aún de día, veníamos en coche desde Albuñuelas a Dúrcal, pero pasando por el El Valle, haciendo tiempo para echar unas cervezas en el Arlequín. En el camino paramos a un hombre de cierta edad, que al verlo con el bastón, le preguntamos a dónde iba y le vino bien acompañarnos hasta Saleres. Le pregunté su nombre, pero mi memoria es limitada. Por el camino nos dio una lección magistral de economía:
Nos
quejamos de que vivimos en un entorno con escasos recursos, donde
progresivamente hemos abandonado los cultivos tradicionales, que nos permitían
subsistir por un buen trabajo en la construcción que nos diera para vivir bien,
comprarnos una casa y un coche con una hipoteca y un préstamo que nos daban sin
pestañear, y que nos empiezan a apretar.
Pero
amigos, desde que la construcción ha caído en desgracia, nos encontramos con
que nuestros cítricos y nuestras aceitunas que tan bien nos vinieron en el
pasado se cotizan por debajo de lo que nos cuesta producir. O sea, que vayas
por donde vayas; vereda, camino o carretera a lo largo del Valle de Lecrín, te
encuentras arboles con todos sus frutos caídos y abandonados. Está claro que si
me cuesta más recogerlos que lo que me van a dar por ellos, prefiero dejarlos
allí.
Hasta
aquí bien, pero… si los frutos son de calidad, ¿Por qué nos dejamos llevar por
los precios que fijan los mercados, cada vez más globalizados y competitivos?
¿Qué podemos hacer?
Me
contaba este buen hombre, con acierto, que si conseguimos ponernos de acuerdo
más de dos vecinos y productores del esta comarca, se puede crear una INDUSTRIA DE TRANSFORMACIÓN SECUNDARIA
que no depende tanto de los precios a la baja de otros mercados y que tiene un
gran VALOR AÑADIDO, que aproveche la
producción de cítricos para conservas, para zumos y sobre todo para destilar
esencias. Porque si hay algo en lo que no tienen competencia los cítricos del
Valle de Lecrín, es en el aroma de la fruta, que como bien saben, vale mucho
más que su zumo, se transporta más fácil y tiene como mercados de destino, la
fabricación de perfumes pero sobre todo de aromas alimentarios.
Y si
combinamos todos los ciclos productivos (zumos, esencias y abonos), ya el
beneficio es redondo. Instalar una industria de transformación secundaria, es
una inversión alta, pero como cooperativa o buscando socios inversores, no
dejaría de ser viable.
Amigos,
os dejo esta buena lección de nuestro vecino de Saleres, a quién desde aquí
mando un cordial saludo, y agradezco su consejo.